Todo en Calatañazor tiene sabor tradicional de remotas centurias y atestigua el paso de los siglos como si éstos lo hubieran hecho medrosos y de refilón, sin querer hacerse notar: calles empedradas con canto rodado, casas con desplomadas paredes de tapial de barro y paja o tosca mampostería de piedra, estructura y trabazón confiada a irregulares rollizos de enebro, puertas protegidas por postigos de media altura, cubiertas de teja sobre las que se alzan las genuinas chimeneas cónicas pinariegas.
Un conjunto prototípicamente medieval en su interior y no menos en su exterior, rodeado como está de recia muralla cuyos lienzos y cubos cubren todo su perímetro, con excepción del flanco oriental.
Cuenta además con abundantes restos de un señorial castillo, con dos iglesias —una de ellas románica— y con una tercera muy arruinada pero que todavía deja entrever su románica hechura. Tantos méritos le valieron a la villa de Calatañazor la declaración de conjunto Hitórico-Artístico Nacional en 1962.
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